martes, 1 de diciembre de 2015

Arráncame

De cuajo. Haz de mis vértices tu estación final y bájate en mí para coserme las dudas con puntal de hierro. Dentro de mi espiral de incendios provocados existe una paz escondida que procura la sal de tu libertad. Y mi piel la respira con todas las ansias cuando en ti encuentro algo 
de lo que soy,
 de lo poco que doy,
  de lo mucho que siento. 

Y si vacío mis miedos, me encuentro conmigo. Deshaciendo en pedazos cada tormento, resistiendo al precipicio al que me convenzo de caer cuando camino sobre el muro invisible que dibujo en tus párpados. En ese delirio se desnudan mis sentidos y, si me arrancas la herida que me niega tu risa, te enciendo la vida con mi mejor caricia. 

lunes, 24 de agosto de 2015

La paz en tu guerra

Mi alma devastada entre las turbulencias de una boca prohibida y la luz que proviene del camino contrario al que siempre elijo tomar. Aquella noche de verano entendí tu presencia, perenne siempre e inquieta a veces, como el estallido de cien caballos galopantes en el fondo de mi misma. Y me perdí en el inquebrantable desorden que me traen tus manos al acariciar mis miedos, en el intento incoherente de sacudir mi caos me mojé en tu tempestad y entonces, solo entonces, se calibraron mis imposibles. Mi oasis en mitad del desierto. Tú.

Tú, conjugándome en el presente inmediato de aquella playa. Fuiste fuego en mis pupilas, mar de noche sobre mis molinos de viento, guerra y paz. Antes de desatarme, abrí los ojos y cerré las puertas: te pensé, silente en mi camino, andando cauteloso sobre mis dudas en la versión que hasta ese momento siempre fuimos. Apagué la mecha deseando quemarme en tu fuego. Eligiendo la razón. Desechando el corazón por suponerle viva solo una mitad a trozos.

Yo, suplicándote el camino vacío; mi alto al fuego particular, dejé colgando mis deseos. Se quedó mi grito silenciado en la sal de las olas que viví a medias contigo. Aquella noche en que entendí que siempre, incluso al otro lado, existe el mar sanando mis heridas.   

martes, 30 de junio de 2015

el trayecto inverso a su boca.

Decoloro el azul de su cielo, el verde de sus ojos abandona el cristal donde escupo mi fuego y cenizas arden en las brasas de una realidad que agoto a golpe de autoengaños. Mis cimientos, mientras sus alegrías acarician otro mar –donde no provoco yo las mareas-, se hunden en la profundidad de un sinfín de letras que aspiran a ser palabras algún día. 

Pero jamás pronuncié lo que duele para no engancharme al daño. 
Después cosí las costuras de los rasguños cobardes. 
Y me senté a pensar en los mares donde bañaba sus triunfos,
y en el horizonte donde me encontraba yo, justo al lado de la palabra fin. 

Mis aguas nunca significaron eternidad en su idioma. Lo asumí desde aquel banco donde se asomaba el fracaso y me visitaba su risa, siempre inmutable ante cualquier camino posible en el tránsito hacia el perpetuo deseo de olvidar. 

Miramos el mar tantas noches
que me gustaría ahora incendiarlas todas
porque sé que buscaba allí otros nombres,
que nunca fueron el mío.

Qué digo ahora, que acecha el final de todo aquello que fue nada: me asusta desear lo imposible y no sentirme nunca a la altura de sus veranos, querer más de lo que creo que me quieren. El destierro de un futuro a medias cuando postergo mi vida en su mundo, inmenso e intangible, me sacude la pizca de amor propio que salvé de naufragios anteriores.

Es incoherente
sujetar la fe en el trayecto inverso a su boca,
desandando así mis latidos,
mientras marco su número
para pedirle
que me salve
de esa noche